La Guerra Fría tenía a todos bajo un momento de increíble tensión. Este enfrentamiento político, social, económico, científico y militar que se dio producto del fin de la Segunda Guerra Mundial, tenía como protagonistas a los nuevos y evidentes líderes del mundo: Estados Unidos y la Unión Soviética.
No fue, sino, una sucesión de hechos lo que llevó a la ex URSS a caer estrepitosamente desde el inicio de la Perestroika en 1985, el accidente en el campo nuclear de Chernóbil en 1986, la Caída del Muro de Berlín en 1989 y el fallido intento de Golpe de Estado en el país siberiano en 1991. Esta sucesión de eventos fue crucial para una ventaja de los norteamericanos sobre esta llamada guerra sin las acciones bélicas que pudieran haber dañado a algunos, ni a sus poblaciones civiles o militares. De ahí que su nombre le hacía justicia a este evento.
Sin embargo, el punto crucial de esta guerra, no llegó sino hasta octubre de 1962. Cuba mantenía antiguamente un estrecho vínculo con Estados Unidos hasta que el país caribeño tomó medidas que colisionaban con los intereses norteamericanos. Ello, gracias el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 que dejó en el olvido al dictador Fulgencio Batista quien había sido apoyado constantemente por los estadounidenses. La respuesta de E.E.U.U, liderado por Jhon F. Kennedy, fue clara: ruptura de relaciones en 1961, imposición del bloqueo económico, la salida de Cuba de la OEA y el intento fallido de infiltrar entes anticastristas en la isla para disuadirlos de seguir el camino comunista.
Desde luego, la URSS consideró apropiado colocar un nuevo líder que le permitiera llevar a cabo la defensa sobre la tierra que habría adoptado esta nueva ideología. La figura de Fidel Castro hizo eco a sus pedidos y permitió la implementación de misiles en su territorio. Definitivamente, este hecho buscaba la paridad entre las acciones previamente realizadas por Estados Unidos en Turquía e Italia, donde también contaban con misiles en dirección a las principales ciudades soviéticas, entre ellas Moscú.
En palabras de Nikolái Leónov al diario Sputnik, general retirado de la KGB, «la crisis no tuvo que ver simplemente con la retirada de los misiles de Turquía y Cuba, respectivamente. No era posible solucionar todos los problemas con un simple intercambio. Washington siempre llevaba la delantera. La crisis de Cuba fue un intento desesperado de igualar posiciones»
Esta situación marcó una gran tensión sobre la isla y el mundo. Sin embargo, no fue hasta el 26 de octubre que los cubanos se llevaron una gran decepción al descubrir que ambas potencias empezarían un diálogo para el cese de la confrontación. Para entonces, el líder de la URSS, Nikita Jrushchov prometió el retiro de los misiles a cambio de no intervenir en la isla.
El 27 de octubre marcó el punto decisivo, ya que Cuba derribó un avión espía norteamericano U-2 que provocó la muerte del piloto. Este hecho reforzó las defensas de ambos pese a lo acordado el día anterior. Mientras tanto, Castro aseveró que E.E.U.U planeaba un ataque mientras se llevaban a cabo las conversaciones. Esto evidenciaba las ansias de los isleños por participar de un evento de gran envergadura como una Tercera Guerra; sin embargo, «Si no fuera por la crisis de los misiles en Cuba, el propio país no existiría en su forma actual. El fin de aquella maniobra no era ganar, sino restablecer el ‘statu quo’. Pero si tomamos en cuenta que la URSS logró convencer a Washington de retirar sus misiles de Turquía, Moscú alcanzó el objetivo principal», mencionó Leonov.
Fue precisamente en octubre de 1962 que Estados Unidos comprendió que también se encontraba en riesgo y accedieron al acuerdo. El mes siguiente, la Unión Soviética retiraba su material bélico de la isla y Estados Unidos levantó el bloqueo marítimo y aéreo en la isla. Este hecho marcó en la historia un paso en la evolución debido a las estrategias disuasivas y la importancia del diálogo que no era evidenciable en las dos grandes guerras previas. Esto, llevaría asimismo a un mejor entendimiento de ambas potencias así como una comunicación directa entre la Casa Blanca y el Kremlin para evitar cualquier tipo de malentendido. Esta línea es conocida como el «Teléfono Rojo«.